Obatalá |
Estaba dispuesto a no hablar nunca más con nadie, pues ya no confiaba en las personas que tanto lo habían maltratado de distintas maneras.
Así, se encierra en su cuarto por un tiempo, al cabo del cual decide hacer Ebbó para tratar de remediar la situación de angustia en que estaba.
Después que había sacrificado un pollo cantón, un gallo, una paloma y un chivo mamón, la sangre corría por el piso abundantemente y se escurría por debajo de la puerta hacia la calle.
Obatalá vertió agua fresca que junto con la sangre salía fluidamente por debajo de la puerta en la misma dirección.
La gente, al pasar, se quedaba asombrada y en vez de entrar a la casa de Obatalá para socorrerlo, comenzaban a gritaban a voz en cuello que Obatalá se había suicidado sin hacer nada más, todo el que pasaba miraba y luego gritaba lo mismo pero no verificaba si era cierto que él estaba en peligro de muerte, aunque veían la sangre escurrirse a borbotones.
La noticia de la presunta muerte de Obatalá corrió como pólvora y llegó a los oídos de Eleguá, Ogún, Oshosi y Osun que estaban en el campo trabajando.
De inmediato se pusieron en marcha hacia el pueblo.
Al llegar, vieron que la gente se arremolinaba frente a la puerta de Obbatalá pero ninguno entraba para ver qué pasaba.
A duras penas se hicieron paso entre el gentío hasta alcanzar la puerta. Cada uno la empujó con violencia al punto que Ogún, con su fuerza descomunal, la derribó y los cuatro entraron raudos llamando al padre Obatalá.
Este salió limpio e inmaculado y dijo: “hijos míos, por ser ustedes los que se arriesgaron a llegar primero para salvarme de un posible ataque sin tener miedo de que les ocurriera algo, por decreto serán siempre quienes acudan primero en socorro de todos mis hijos dondequiera que estén y serán siempre los primeros en recibir ofrendas que se hagan en las consagraciones y las iniciaciones.
Fuente: www.proyecto-orunmila.org
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