
En el Largo del Pelourinho, en la vereda del Museo da Cidade o en el patio del Hotel do Pelourinho, delante de una mesa colorida y olorosa de cocadas, abarás, cuzcuz de tapioca y de puba, pés-de-moleque, del maravilloso dulce de jenjibre que llaman "a moda", se sienta Romélia, mujer de Mestre Pastinha, una mulata risueña y todavía joven, que fríe acarajés que hacen agua la boca.
Los señores visitantes deben probar cada cosa.
Las señoras no deben tener miedo: el acarajé bien hecho no engorda.Tampoco hay que temer al aceite de dendé, no dan indigestión, ni dolor de barriga.
Prueben todo, así cuando vuelvan a casa se llevarán en la boca el sabor de los platos preparados por Romélia de Pastinha, mi comadre, y en los ojos la visión de su sonrisa hecha también con azúcar: una dulzura.
Los señores visitantes deben probar cada cosa.
Las señoras no deben tener miedo: el acarajé bien hecho no engorda.Tampoco hay que temer al aceite de dendé, no dan indigestión, ni dolor de barriga.
Prueben todo, así cuando vuelvan a casa se llevarán en la boca el sabor de los platos preparados por Romélia de Pastinha, mi comadre, y en los ojos la visión de su sonrisa hecha también con azúcar: una dulzura.
Jorge Amado, 1980
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